Aurelia en: "Escrito en el cuerpo"

"Escrito en el cuerpo", Greenawey, 1997.

Tengo una cicatriz en la parte anterior del muslo. No me cocieron. Me falta un cacho de carne que el perro se manducó. Me quedó una cosa amorfa con relieve que se estira con el tiempo. Tengo una mancha en la nalga que parece un moretón. Mala puntería en la inyección de hierro. Tengo el tejido teñido por dentro. Tengo rebanado el dedo por una trincheta. Me quedó una línea más clara cuando me abrí la rodilla. Y apenas tengo una marca de varicela en la nariz. Tengo intervenido el cuerpo sin ninguna responsabilidad. Me pregunto qué heridas tendré por dentro. Hasta dónde se desparrama la hemorragia sin evidenciar la sangre.

Tengo ganas de hacerme un tatuaje. No me decidí antes porque no quería que fuera algo superficial. Crecí con la cursilería del Principito, de lo “esencial es invisible a los ojos”…y todavía lo creo. Siempre tuve rechazo por la simple ornamenta. Raro, porque acostumbro a dibujar en las paredes. Supongo que me olvidé que yo también era parte del mapa. No me contaba como un territorio.

Los hombres primitivos solían pintar un Mamut, como una proyección mística a su deseo de caza. El “homo arcaico” se convierte en “homo sapiens”, cuando comienza a pintar las vasijas, sin ningún otro motivo que el estético. La creación estética es su primera manifestación de inteligencia.

El otro día me enterré en el subte atrapada en el hacinamiento del las 18hs, y me quedé prendida observando a una anciana. Su cabello plateado estaba finamente peinado hacia atrás, enroscado en un rodete donde cerraba con una margarita africana. Su belleza era hipnótica, desde la simpleza del saber estar. Unos días después me pinté las uñas de las manos de verde y fucsia. Quería los colores del arco iris, que cada uña reflejara un sol, pero me tuve que conformar con lo que encontré en el mercado. Quizás es complejo descubrir la manera de expresarse fuera de las tendencias de belleza de las revistas femeninas. O de las otras revistas donde se explota el cuerpo de una mujer prefabricada artificialmente.

Supongo que cada vez es más difícil conectarse con algo natural. Pretender que somos parte de la naturaleza cuando vivimos en una jungla de cemento bombardeados de imágenes listas para el consumo.

Ahora sé que quiero una pequeña constelación en la espalda. Que recorra el omóplato hasta envolver el hombro. Distinto a una cicatriz, pero con la misma fuerza que marca la regeneración constante. Quiero recordar que soy una pequeña parte del cosmos. Y lo quiero dibujado, con estrellas, en una parte de mi cuerpo.


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