Aurelia en: "soundtrack"


Alta Fidelidad, Stephen Frears.

No soy la misma. Ni para mí, ni para nadie. No soy la misma desde ayer.
Ni la misma del otoño pasado. Ni tampoco para mi madre que me puso el nombre de mi abuela vazca que tocaba la pandereta como si tuviera el sol en las manos. Ni tampoco para mis amigas que me rebautizaron.
Sé quien no quiero ser. Para mí abril es el mes de mi cumpleaños.
Eso sí, siempre fui rara.
Siempre cambie los regalos de cumpleaños; la plata por la entrega de diseño, la cartera por la mochila, esta vez, la pollera por el mp3. Me decidí a dejar el mundo de las ideas por el puro pragmatismo. A dejar de caminar por las calles con el ritmo acelerado que taladraba mi cabeza. Quiero pasar a vivir dentro de una banda de sonido. Así como en paralelo. Detenida en la dimensión desconocida de las múltiples posibilidades del alcance de la memoria.
Me acuerdo del recital, de ese abrazo que me diste en el ascensor y que interpreté como un abrazo de despedida. Ahora me da bronca porque prefiero los finales coherentes. Detesto el habernos convertido en dos personajitos boludos de esas películas indie
s sin ninguna estructura de relato. Sin un propósito concreto. Se me raya el disco. Se me angustia el esófago. Se cuelga la Internet. No puedo soportar extrañar lo que no fue. Que las imágenes no correspondan con mi soundtrack. Ni las expectativas con los recuerdos. Como cuando vuelvo a Baires y escucho por el mp3 The Carpenters mientras el colectivo sube por la plataforma de Retiro después de haber pasado por la villa 31.

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