Aurelia en: ¿y ahora de qué me disfrazo?


"Good Will Hunting", Gus Van Sant, 1997.

Soy una extraterrestre, no tengo entrenamiento en citas. Las esquivo olímpicamente. No voy a cenar ni muerta, a tomar algo tampoco. Me enfermo con sólo pensar el momento que viene la cuenta hasta arreglar el “vamos a medias” y después… qué? Nada! no pintaba nada! Encima me siento como en una entrevista laboral donde tengo que desplegar en un tiempo mínimo mis aptitudes para el puesto sin meter la pata.

Dilema:

Chateamos con Ramiro, mi ex compañero de canto, y quedamos para vernos el sábado a la tarde.

Me puse a googlear la agenda cultural buscando algún programa entretenido. “La fiesta del chancho asado con pelo” era en enero, una pena. Salió un homenaje a Soriano donde Rep pintaba un mural y pasaban la película “No habrá mas penas ni olvido”: perfecto. Lástima que me dí cuenta que era en Capitán Sarmiento, para llegar al pueblo había que tomar un colectivo de larga distancia en Retiro. Hubiera sido un lindo plan, el tema era que no lo conozco tanto a Ramiro, por ahí es insoportable como compañero de viaje, o quizás si le propongo semejante excursión de entrada le parezco una loca.

Necesitaba bajar el nivel de expectativa a cero. Hace ocho años atrás era otra mujer, más inexperta, inconciente, más lanzada, y ahora tengo el corazón hecho un colador. Antes pensaba en comerme el mundo y ahora siento que me voy a morir de indigestión si no me fijo antes la fecha de vencimiento. Voy tanteando con la punta del dedo gordo la baldosa que tengo por adelante, así me quedo tranquila de que no haya peligro de derrumbe.

Me puse las zapatillas, me calcé el bolso con el mate, y no me fui vestida para matar. Ya sé que para los hombres la primera impresión es lo que cuenta. Pero todavía no sabía si me quería acostar con él y prefiero que no se haga la idea. Se que para los tipos es un poco bajón: “se vino un escracho, me la juega de amiga”; pero es lo que hay. Si nos divertimos, quizás pueda verlo de nuevo y ahí pensaría en “producirme” un poco para dejarlo turulato.

Nos encontramos en Caminito, en el barrio de la Boca. Subimos y bajamos escaleras de conventillos charlando de la firma del contrato de Riquelme -prefiero estar haciendo otra cosa mientras hablaba con él- así mi cerebro se desenchufa y no piensa sólo en mantener una conversación. Nos detuvimos poco, quizás porque siempre encontrábamos algún lugar donde querer entrar a curiosear. Terminamos en el museo de Quinquela Martín, él se acordaba de lo mismo que yo, de "la orden del tornillo", nos sonreímos, recorrimos cada sala contemplando los distintos cuadros y subimos a la terraza. Encontramos un lugar para sentarnos y tomar unos mates. La vista panorámica hacia el puerto era preciosa, empezaba a atardecer, el sol se reflejaba en el riachuelo. Compartimos un alfajor de chocolate. El me contó que había formado un grupo que ahora estaba disuelto, yo de mi tesis inconclusa. No se cuándo empezamos a hablar de música. El sacó su mp3, cuidadosamente, me corrió el pelo del hombro. Puso un auricular en mi oído derecho, él se colocó el otro, en su oído izquierdo. Sonaba la misma canción que elegí cantar en la muestra de fin de año. El comenzó a susurrarla: “Ando ganas de encontrarte, cuánto lejos que estás de acá...” Me animé a sumarme recién en la segunda estrofa. Nuestras voces armonizaban perfectamente. Estábamos encadenados por el cable de los auriculares, congelados para que no se caigan, detenidos un instante en el tiempo, mirando hacia el frente. Las estrellas se confundían con las lucecitas lejanas de los edificios del bajo de Buenos Aires. Tan cerca del cielo, tan lejos de la tierra.


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