Yo te liberé oxitocina

Veinte años pasaron, y entre ellos mucha vida, y entre la dicha de respirar, divorcios, hijos, relaciones tediosas y redes sociales.

Y al encontrarte, sensaciones nuevas me despertaban en medio de noches solas en compañía, que me sorprendían con recuerdos poco nítidos.

La comunicación impersonal de la tecnología, pasó a ser otra cosa, cuando dos meses después viajé 800 km para reencontrarnos.

Había imaginado el encuentro muchas veces desde que apareciste, pero el que sucedió en la realidad, fue mágico.

Ahí estaba yo, veinte años después, y ahí estabas vos, y los dos, mejor que nunca. Porque desde que apareciste, yo me siento mejor.

El abrazo duró un instante, y fue eterno.

Dos mañanas siguientes viajamos a Tandil, a jugar con el destino y con los sentimientos. Y la magia de esos caminos me estremeció el alma cuando tomaste mi mano y me robaste un beso.

Los días que siguieron nos encontró en medio de paseos, paisajes y cenas regaditas de uvas, palabras bonitas, miradas cómplices y caricias en público.

Once días después volví a recorrer las mismas rutas pero en sentido opuesto, con el corazón hecho un trapo pero con la garra de las hembras cuando protegen a sus crías.

Ya pasó un mes de aquel encuentro que me sorprendió entre los brazos de un hombre que no tenía en mis planes.

Y acá estoy, dispuesta a terminar con la abulia de mi vida, para lanzarme a vivir, para lanzarme a la aventura de respirar sin mochilas pesadas.

Y si no llegarán a salir las cosas como las deseo, ya valió la pena…

Porque Tandil en agosto hizo primavera en mi vida, en mi alma y en mi corazón.