Laura en: "Lifting del corazón"


Volver al ruedo amoroso implica trabajo. Conlleva altas dosis de actitud y ni hablar de que hay que “poner la maquinaria a punto”. Después de años en pareja hay algunas cosas que una olvida o simplemente- reconozcámoslo- no hacía falta hacer.

Un amigo de un amigo de un amigo me invita a una cita. Genial: él es lindo, simpático e inteligente y usa un perfume que me EN-CAN-TA (¡malditas feromonas!). Para una salida casual está bien… esta muy bien. Pero me agarran nervios. La última vez que fui a una cita estoy segura que estaba de moda Vilma Palma e Vampiros. Me miro en el espejo y me pregunto por qué no me anoté en esas clases de Pilates.

Hago todo bajo el estricto protocolo femenino: voy a la peluquería, me depilo, gasto un dineral en ropa nueva- exterior e interior-, me exfolio, me maquillo, me perfumo y salgo.

La cena transcurre bien; no nombro a mi ex ni una vez, es más: ni me acuerdo de él. El Amigo-de-un-amigo-de-un-amigo me seduce. Cualquier oportunidad es valida para que sutilmente me pase la mano por la cintura, me corra el pelo de la cara o me roce la pierna por debajo de la mesa. Yo me agarro fuerte del mantel para no saltarle encima. Finalmente me invita a su casa con un argumento paupérrimo, y yo acepto como si no supiese lo que va a pasar. Pero en el camino empiezo a pensar “¿me tendré que ir después?, ¿me tendré que quedar a dormir?, ¿querrá él que me quede?, ¿y si no quiero?, ¿y si SÍ quiero?... ¿cómo era este tema?”.

Más que Pilates tendría que haberme hecho alguna sesión de masajes reductores de inseguridades.


[ Foto: Brazil, de Terry Gilliam ]



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